Asegúrate de que todos estén sentados a la mesa antes de sacar las alitas del horno porque como decía un buen amigo gastrónomo, frías no valen nada. Es una maravilla escuchar cómo crujen y humean aún sobre la rejilla, momento en el que añadimos la ralladura de la piel del limón que les aporta un toque cítrico riquísimo.

También te gustará comprobar cómo la grasa ha caído sobre la bandeja que hemos forrado de papel de aluminio para mantenerla limpia. No solo no hay que limpiarla sino porque las alitas quedan crujientes sin grasa, sin fritos. Una manera limpia y sana de consumirlas a modo de snack.